jueves, 30 de agosto de 2012

LOS MERCENARIOS 2

Tras la explosión que supuso en mi "John Rambo", me entusiasmé con el vuelco que había dado la trayectoria de Sylvester Stallone.
Entraba en internet y buscaba noticias a cerca de sus nuevos proyectos. Cada uno que se anunciaba me apasionaba aún más.

Incluso, se rumoreó con la posibilidad que en una hipotética quinta parte de la saga "Rambo", el  veterano de Vietnam se enfrentase a un ser sobrenatural. Algo que nunca vi demasiado claro.

Al poco, todas estas posibilidades se desvanecieron cuando surgió el proyecto de "Los Mercenarios". Stallone, quería reunir a todos los iconos del cine de acción de los 80 y 90 en una misma película.

Pasó el tiempo, y casi sin darme cuenta me encontraba en la sala de cine disfrutando de una película que sin ser nada del otro mundo, me hizo volver a la infancia y disfrutar como un niño. (Nunca mejor dicho).

Una vez vista, estrenada y demás parafernalias, comenzaron los rumores sobre esta segunda parte.
Lo que quedó claro desde un principio es que Stallone no la dirigiría.

En su lugar, un solvente Simon West, un tipo que siempre me ha parecido bastante bueno haciendo cine de acción.
Para reforzar el espectacular reparo de la primera se sumaban Chuck Norris y Jean-Claude Van Damme como el malo de la cinta en detrimento de Eric Roberts (fallecido en la primera entrega) villano, malo - malísimo de la primera aventura.

Ayer llegó el momento. Me reuní con los mismos amigos con los que había visto la primera parte. Fuimos al cine. Pasamos del partido de fútbol.

Una vez sentado en la butaca me dejé llevar. Pasaron ciento tres minutos sin darme cuenta. Tiros, violencia, acción y una secuencia memorable en el último acto de la cinta que no desvelaré para quien no la haya visto, que en un futuro rellenará muchas páginas de la historia del cine.

Y es que soy de los de la opinión, que el cine, es para entretener y no para aburrir. Ahí lo dejo.

lunes, 27 de agosto de 2012

CANALÓN

Me encontraba en el popular barrio madrileño de La Latina. Hacía de guía turístico a unos amigos que venían a pasar unos días a la capital.

Aunque pensándolo mejor, tampoco hacía tanto de guía, la verdad, puesto que dos de mis amigos también residían en la ciudad.
La cuestión es que nos encontrábamos en una de las calles mientras decidíamos a que bar acudir, cuando de repente, escuchamos un estruendo: ¡zas!

Miramos a un lado. Un canalón de un edificio se había desprendido y había atravesado la cabeza de una chica.
La escena me recordó a los dibujos clásicos de Disney donde Goofy sufría los más aparatosos accidentes.

Rápidamente nos acercamos, la chica estaba bien, se quitó el canalón (que al menos medía dos metros) de la cabeza produciéndose un ligero corte cerca de la oreja derecha.

Llamamos a la policía.

La joven, (italiana para más señas) se encontraba aterrorizada. Su novio intentaba comunicarse con nosotros como podía ya que no hablaba ni inglés, ni español.

Después, llegaron los bomberos, hicieron un reconocimiento al edificio, para entonces, ya nos habíamos ido.

viernes, 10 de agosto de 2012

UNA POLLA DESCOMUNAL

Antonio es el camarero del bar donde desayuno algunas mañanas. Dicho establecimiento, no es el más glamouroso de la zona pero me siento cómodo cada vez que voy allí.
A pesar de que llevo casi dos años acudiendo muchas mañanas creo que Antonio ignora como me llamo.
Sin embargo, aprendí su nombre porque la clientela (abundante todo hay que decirlo) le llama por su nombre.

Hace unos días una noticia llamó la atención de Antonio. Un hombre había sido detenido en la aduana de un aeropuerto de San Francisco porque se creía que llevaba consigo un arma y en realidad lo que tenía entre sus piernas no era otra cosa que su pene.

Antonio leyó en voz alta la noticia a los clientes del bar entre los que me encontraba.

Venti seis centímetros en reposo y casi treinta y cinco en erección, ¡eso es una polla descomunal! -exclamó.

Fue entonces cuando una cliente tomó la palabra.

- Y bien gusto que dará.

A lo que la cocinera (que por allí rondaba) contestó.

- ¡Qué miedo, eso yo no me lo meto!

Fue entonces cuando Antonio sacó un metro y lo extendió.

- Mira treinta y cinco centímetros. ¡Eso es salvaje, no me jodas!

Antonio me miró y me dijo.

- ¿Qué te parece?

- Pues eso, descomunal. - le respondí.

Antonio recogió su metro sonriente.