Yûsuke es un reconocido actor y director teatral.
Vive con su esposa con la que mantiene una relación peculiar, de hecho, a ella le encanta contar historias mientras hace el amor con él.
Esto le lleva a otro lugar espiritual y es que sin duda, Oto es una mujer especial y pasional, que al margen de su matrimonio, necesita acostarse con otros hombres para mantener su estabilidad emocional.
Algo que Yûsuke sabe, decidiendo hacer la vista gorda y continuar con su vida mientras representa con éxito "Esperando a Godot" o "Tío Vania" de Chekhov.
A sabiendas de que el trabajo de Yûsuke es la interpretación, Oto graba unas cintas para él pueda ensayar la obra en sus largos trayectos en coche.
Yûsuke interpreta a Vania en los espacios vacíos, mientras que Oto representa al resto de personajes.
Entre medias de todo esto, Oto conoce al joven Köji al que lleva a ver la obra interpretada por Yûsuke y con el que comparte una corta conversación.
Pasados unos días, Oto sufre un ictus que acabará con su vida de manera fulminante.
Sin fuerzas, Yûsuke comienza una nueva vida hasta que decide volver en poner en pie la obra del "Tío Vania".
Comenzará así una nueva vida en Hiroshima donde deberá de montar un elenco internacional al que se presentará inesperadamente Köji al que Yûsuke elige cómo el protagonista de la obra.
Pero los planes del director teatral no son del todo como él esperaba, ya que la compañía por política de empresa le pone obligatoriamente a una conductora que le llevará de un lugar a otro; poniendo en peligro sus ensayos utilizando las cintas que Oto grabó para él.
En un primer momento a Yûsuke no le parece una buena idea pero no tarda en tener una estrecha relación con Misaki, su conductora, una joven con un tormentoso pasado a la que abre su corazón.
La conexión entre ambos personajes es tal ,que se produce una especie de hermanamiento espiritual y afectivo entre ambos que traspasará las fronteras de una relación laboral.
Soberbia esta "Drive my car" ("Doraibu mai kâ" - Ryûsuke Hamaguchi (2021)), que está basada en un relato del siempre brillante Haruki Murakami y que se ha convertido por méritos propios en una de las películas más respetadas del pasado año.
Con un tempo fílmico que nos hace sumergirnos en los tránsitos del protagonista, su realizador Ryûsuke Hamaguchi, normaliza la monotonía de tal manera que nos hace partícipes de ella en busca de algún giro inoportuno que nunca llega a producirse, pero que convive con la realidad de unos personajes acostumbrados por su profesión (la de actores y personas relacionadas con el teatro) a lo inesperado.
Porque esta película habla sin duda de la comunicación. De lo que decimos, de lo que nos dejamos de decir o de cómo se comunican los personajes.
Desde el silencio de su protagonista (que sólo explota a final del filme), hasta una miembro del elenco que sólo puede comunicarse mediante el lenguaje de signos; o la vida entre Yûsuke y Oto, basada en la comprensión y sostenida por aquello que nunca se llega a decir.
Sin duda, nos encontramos ante una obra de arte necesaria por todo aquel que ame el cine y que no es casual se haya colado en los Oscar con cuatro nominaciones, entre ellas la de Mejor Película de habla no inglesa y la de Mejor Película.
No os la perdáis.
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