domingo, 3 de noviembre de 2019

O QUE ARDE

Cuando comenzamos a ver "O que arde" (Ídem, Oliver Laxe (2019)) nos damos cuenta que nos vamos a encontrar con una película especial.
Hipnóticos son los momentos, en los que los árboles caen siendo derribados, por unas máquinas, que no dejan nada a su paso.
Ese derrumbamiento del entorno rural va en paralelo con lo que es la vida el protagonista, Amador, quien lleva un tiempo en prisión tras ser condenado por pirómano. Ha cumplido parte de su condena y se le concede el tercer grado.
El hombre, vuelve a casa de su madre, la anciana Benedicta. Una mujer de pueblo que lleva una vida tradicional. Cuida del ganado, subsiste de lo que planta y no tiene mayores preocupaciones que vivir el día a día como buenamente puede.
Aunque la vuelta de su hijo le colme de felicidad, si le hará luchar contra los inconvenientes que tiene el ser la madre de un hombre señalado por un delito, algo que en las poblaciones pequeñas parece más castigado, ya que ese mirada penetrante y en ocasiones extremadamente vigilante hace que al individuo en cuestión su reinserción sea más complicada.

Y es que Amador sabe que todos le señalan con el dedo, se burlan de él, ya no volverá a ser el mismo tras su paso por prisión; con lo cual opta por hacer lo que cree que es mejor para él y para su entorno, la convivencia con su anciana madre y con ello, proporcionar su ayuda en las labores del hogar.
Tras esta circunstancia, el realizador Oliver Laxe plasma a la perfección lo que es la vida en el entorno rural, de como las segundas oportunidades, en muchas ocasiones, son difíciles de conseguir y que ante un hecho fatídico, sin saber quien es el responsable, se culpa siempre a los mismos. Estigmas sociales que son difíciles de paliar, más aún en una sociedad (la actual) en la que primero se acusa y luego se pregunta.

En un momento determinado de la narración, coincidente con el tercer acto del film, se produce un incendio en las inmediaciones donde viven Amador y su madre. Cientos de hectáreas son arrasadas y a los bomberos se les hace extremadamente complicado paliarlo.
Impresionantes son estas imágenes, donde nos sumergimos en la voracidad de un incendio, vemos a los bomberos vaciando pequeños poblados que ya casi de por si son casi fantasmas y como los habitantes de los mismos se niegan a abandonar.


Toda esta desdicha, se entremezcla con una secuencia final, descarnada y magistral donde Inazio, que ha perdido todo tras el incendio, culpa a Amador del mismo, llegando incluso a agredirle.
En ese instante, nos percatamos de como la condición humana el instinto de supervivencia es primitivo, haciéndonos en ocasiones que nos equivoquemos.
Por ello, Amador perdona a su agresor y mientras sangra por su nariz, a paso lento se marcha al otro lado del pueblo acompañado por Benedicta, que se preocupa por su estado.
La forma de dirigirse a hijo,  es la de una madre que sabe que Amador siempre será señalado, sea culpable o no. Después de todo, eso es la vida.


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