miércoles, 12 de agosto de 2020

VIAJES CON HERÓDOTO


A medida que escribo más, me doy cuenta de lo mediocre que soy como contador de historias.
Dentro de las páginas de "Viajes con Heródoto", su autor Ryszard Kapuscinski es consciente también de este hecho, alegando que quienes se atreven a escribir son quienes menos consciencia de ello. 

Puede que esta reflexión sea acertada o no, pero lo que no cabe duda es que uno se hace a la escritura al igual que cualquier otro hábito se adquiere a base de constancia y por qué no decirlo, de continuo aprendizaje. 

"Viajes con Heródoto" comienza en los años cincuenta del pasado siglo XX, donde un hastiado joven reportero (el autor de esta obra), tiene en su mente el poder salir de su Polonia natal e ir a la vecina Checoslovaquia para cubrir lo que allí sucede a modo de reportaje. 
Su superior no le concede ese deseo, sino que le otorga un regalo mayor, abandonar Polonia para realizar un exhaustivo reportaje sobre la India, un país del que no conoce absolutamente nada. 

Es entonces cuando el joven Kapuscinski viaja al país del Taj Mahal casi con lo puesto y con un paquete encintado de libros donde destaca "La historia de Heródoto", quien al igual que él, viajó siglos atrás a lugares remotos sin tener consciencia que realizaba artículos periodísticos en la antigua Grecia
Heródoto relata la batalla de las Termópilas, y de como Leónidas y sus espartanos se enfrentaron a los persas hasta la extenuación o como los reyes y herederos de los distintos imperios impusieron su impronta en los territorios que conquistaron. 

El reportero polaco, logra encontrar las respuestas que tanto ansía dentro del libro de Heródoto.
Dota de sentido su viaje, a la búsqueda de nuevas historias que luego cuenta al mundo, sus éxitos, sus fracasos o la incertidumbre de quienes le rodean. 

Desde un hombre que es capaz de hacerse con él un viaje en autobús para luego atracarle o en su viaje a China y entablar amistad con el compañero Lin que una vez se enteró de su partida del país asiático le trató como si no existiese.
Personas que se relacionan o te utilizan en función de su interés; y ahí, en esa introspección del ser humano, donde radica la generosidad narrativa de Kapuscinski, quien no duda en desnudarse en sentimientos, en conocimientos y vivencias, sintiéndonos identificados con sus viajes, con sus idas y venidas. 

Y es que dentro de este fantástico viaje no podrían faltar los encuentros casuales con singulares personajes como Louis Amstrong, quien en el escenario era un hombre lleno de vitalidad, y que a su llegada al hotel, extenuado, se sentaba a descansar mientras tomaba un zumo de naranja natural; lo que pocos sabían es que el artista tenía un problema de corazón, pero así funciona el show business, primero el dinero y después el individuo. 
O los primeros viajes del polaco a África, continente que le marcó de por vida y al que dedicó una de sus obras más alabadas "Ébano", que también he comentado en este blog.

Al igual que Kapuscinski con Heródoto, él me ha acompañado durante las últimas semanas en mis viajes a Sopelana en el País Vasco, al sur de Francia, en mis ratos destinados a lecturas en bares y en cafeterías; y en gran medida, en mi último viaje a Extremadura, concretamente a Navalmoral de la Mata, donde he sido jurado de un festival y donde mi amiga Yolanda me recibió con los brazos abiertos (como siempre hace); y que durante ese trayecto de vuelta fue donde concluí su lectura.

Sé que muchos pensáis como yo, pero la gran mayoría de los libros que decoran las estanterías de mi casa me recuerdan a los viajes que he hecho con ellos, y esa es, sin duda, la mejor manera de recordar ciertas aventuras. 

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