No sé cuantas películas habré visto de Clint Eastwood como director. Lo que sí sé, es que aún me queda alguna por ver y eso me llena de felicidad.
"Cry macho" (Ídem - Clint Eastwood (2021)) es el vivo ejemplo de que es más el querer que el poder y si hay amor por el cine todo se puede conseguir.
Si con 91 años eres capaz de mantener a los espectadores en la butaca y hacerles cómplices de tus miedos y tus alegrías es que muy probablemente te conviertas en inmortal.
Y es que es que este filme, es una película con aroma a despedida y nos muestra un lugar donde a Eastwood le gustaría estar cuando muriese, como si esa frontera entre Estados Unidos y México fuese una especie de purgatorio, donde el vaquero Mike Milo interpretado por el propio director estuviese abocado a descansar en el fin de sus días.
Esta especie de Odisea homérica comienza con el despido de Milo y con la petición de su antiguo jefe Howard Polk a Milo para que vaya en busca de su hijo, no es más que una declaración de intenciones sobre lo que es y ha sido la vida de este personaje.
Un hombre honesto y únicamente malo consigo mismo, que a pesar de los inconvenientes o las desavenencias posee una carga moral que le hace devolver los favores que le han ofrecido.
Polk le ayudó a salir del pozo y aunque su relación en los últimos tiempos no haya sido la mejor para ambos, Milo sabe que su exjefe le ha tendido una mano cuando nadie confiaba en él, con lo cual, a pesar de lo complicado de la petición acepta.
Una vez en México, Milo se dará de bruces con lo que ya esperaba encontrarse, no hay nada nuevo para él.
Una madre endiosada que posee un séquito a su alrededor y un adolescente rebelde que un primer momento no le aceptará pero que más tarde para él la figura del viejo cowboy se volverá imprescindible.
Precioso es el pasaje que nos sitúa un poco pasado el ecuador de la película, donde Milo y Rafo (que es como se llama el adolescente) terminan en un pequeño poblado donde decidirán hacer un alto en el camino por tiempo indeterminado.
Allí, el joven aprenderá a montar, Milo ayudará a los habitantes del poblado a domar a unos caballos salvajes y mantendrán una tierna amistad con Marta y su nieta; donde surgirá una bella historia de amor y porqué no decirlo, una puesta de largo de lo que va a acontecer en los minutos posteriores.
Y es llegado ese punto, en el tercer acto del film próximos al clímax, cuando Milo decide donde quiere morir.
Así que deja pasar al joven Rafo a los Estados Unidos, a su Olimpo particular mientras que él decide quedarse en esa tierra de nadie llamada México, su purgatorio, a expensas de que la muerte llegue junto con Marta y bailar a su lado canciones de Eydie Gorme y Los Panchos.
Porque a mi me da igual lo que me digan, si ese es el plano final de la carrera de Eastwood, me parece el cierre más bello que un director podría desear.
Eastwood es un fiel reflejo de un tipo de cine, un cine que muy probablemente no se vuelva a hacer y tenemos que verlo con los ojos de la cinefilia propia de los que amamos el cine.
Algún día podremos decir, que vimos sus películas en el cine y otros nos mirarán con nostalgia, con la mirada de saber que hemos sido unos auténticos privilegiados.
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